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Case Closed / Caso Cerrado

Sep 02 2022

Case Closed / Caso Cerrado

I had such trouble trying to decide what to write about today. There’s so many good themes across all the readings – conversion, light in darkness, newness, etc. However, I decided to bite the bullet and share with you all one of my not proudest moments. 

When I was in college, I served as a room host – meaning prospective students making an overnight visit to campus would sometimes stay in my dorm room with me and my roommate. The first time we got to host a prospective student, I got so excited that I did what any millennial would do. I looked her up on social media. And I did not like what I saw. I didn’t think she was worthy to attend an awesome school like Franciscan. And I most certainly had preconceived notions as to how her visit was going to go. While I don’t remember much of the actual time I spent with this particular prospective student, I do remember what happened after she left. I wept. 

That’s right. I cried. Why? Because I realized I had judged her (and unfairly, at that). I decided who she was as a person before she could even say hi and introduce herself. That wretched feeling of realizing what I had done and even just that I had judged another human being – it’s a feeling that vividly sticks with me to this day, almost nine years later. 

I tell this story a lot … and I’m sorry if I’ve used it in another blog post already. But this lesson is just too big to let it go. This truth, that you and I were never meant to judge another human being’s heart, needs to be heard over and over again. God Himself is the only judge of our hearts and that is the reminder we get in today’s First Reading. 

When we are about to pass judgment on another person, what is something that can help us in the moment? I offer this: picture Jesus standing right next to that person, with his hand on their shoulder, saying to you, “This is my beloved son/daughter.” That person is loved by God. That person has dignity and deserves not to be judged by you. It’s hard. Even after that experience at college, I’m not perfect at it. But it’s something I keep in mind and something I hope you will too. 

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Tuve tantos problemas tratando de decidir sobre qué escribir hoy. Hay tantos temas buenos en todas las lecturas: conversión, luz en la oscuridad, renovación, etc. Sin embargo, decidí hacer algo difícil y compartir con todos ustedes uno de los momentos de los cuales no me siento tan orgullosa.

Cuando estaba en la universidad, servía como anfitrióna de la habitación, lo que significa que los futuros estudiantes que visitaban al campus por la noche a veces se quedaban en el dormitorio conmigo y mi compañera de cuarto. La primera vez que recibimos a un posible estudiante, me emocioné tanto que hice lo que haría cualquier otro millennial. La busqué en las redes sociales. Y no me gustó lo que vi. No pensé que fuera digna de asistir a una escuela increíble como la franciscana. Y ciertamente tenía nociones preconcebidas sobre cómo iba a ser su visita. No me acuerdo mucho del tiempo que pasé con esta posible estudiante en particular, pero sí me acuerdo lo que sucedió después de que se fue. Lloré.

Así es. Lloré. ¿Por qué? Porque me di cuenta de que la había juzgado (e injustamente, además). Decidí quién era ella como persona antes de que pudiera saludarme y presentarse. Ese desdichado sentimiento de darme cuenta de lo que había hecho e incluso de haber juzgado a otro ser humano, es un sentimiento que me acompaña vívidamente hasta el día de hoy, casi nueve años después.

Cuento esta historia con cierta frecuencia, y lo siento si ya la he compartido en otra publicación de blog. Pero esta lección es demasiado grande para dejarla pasar. Esta verdad, que tú y yo nunca estuvimos destinados a juzgar el corazón de otro ser humano, necesitamos escucharlo una y otra vez. Dios mismo es el único juez de nuestros corazones y ese es el recordatorio que recibimos en la Primera Lectura de hoy.

Cuando estamos a punto de juzgar a otra persona, ¿qué es algo que nos puede ayudar en el momento? Te ofrezco esto: imagina a Jesús parado justo al lado de esa persona, con su mano en su hombro, diciéndole: “Este es mi hijo/hija amado”. Esa persona es amada por Dios. Esa persona tiene dignidad y no merece ser juzgada por ti. Es dificil. Incluso después de esa experiencia en la universidad, no soy perfecta en eso. Pero es algo que tengo en mente y algo que espero que tú también tengas en mente.

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Erin is a Cleveland native and graduate of Franciscan University of Steubenville. She is passionate about the Lord Jesus, all things college sports and telling stories and she is blessed enough to get paid for all three of her passions as a full-time youth minister and a freelance sports writer.

Feature Image Credit: Tingey Injury Law Firm, unsplash.com/photos/6sl88x150Xs