If you wish to be first in the kingdom, the realm of God, you must be last. To be the greatest in the kingdom, you must think of yourself as the least; humility is the key to unlocking heaven’s treasures. Humility is not thinking less of ourselves but, as C.S. Lewis once wrote, it is thinking of ourselves less often. It recognizes that our littleness with God is not devaluing or belittling ourselves but surrendering to the One who is truly the greatest in the kingdom.
You are wonderfully and fearfully made; rejoice in who you are and all you have accomplished. To do great things for God does not mean to attain fame for your actions or to climb giant mountains. It simply means seeking and doing His will the best you can and at the same time, maintaining a meek and humble heart and purity of intention.
To receive a child in Jesus’ name means showing compassion to the vulnerable, weak, poor, lonely, widowed, sick—anyone dependent on others for assistance or their very existence. These are the beloved children of God who we are to receive in the name of the Lord. Jesus clearly illustrates the blessing for those who do in today’s Gospel, “Whoever receives one child such as this in my name, receives me; and whoever receives me, receives not me but the One who sent me.”
Humility, this essential element for entering the kingdom, also includes recognizing how we are the child, the one who needs to approach God in awe and trembling, not from terror but astonishment in His majesty. Sirach reveals the many blessings that await those “who fear the LORD, love him, and your hearts will be enlightened. Study the generations long past and understand; has anyone hoped in the LORD and been disappointed?” For the record, the answer is no.
Si deseas ser el primero en el reino, el reino de Dios, debes ser el último. Para ser el más grande en el reino, debes pensar en ti mismo como el más pequeño; la humildad es la clave para abrir los tesoros del cielo. La humildad no es pensarnos menos de lo que somos sino, como escribió una vez C.S. Lewis, es pensar menos en nosotros mismos. Reconoce que nuestra pequeñez con Dios no es desvalorizarnos o empequeñecernos sino rendirnos a Aquel que es verdaderamente el más grande en el reino.
Estás hecho maravillosa y terriblemente; regocíjate en quién eres y todo lo que has logrado. Hacer grandes cosas para Dios no significa alcanzar fama por tus acciones o escalar montañas gigantes. Simplemente significa buscar y hacer Su voluntad lo mejor que puedas y al mismo tiempo, mantener un corazón manso y humilde y pureza de intención.
Recibir a un niño en el nombre de Jesús significa mostrar compasión por los vulnerables, los débiles, los pobres, los solitarios, los viudos, los enfermos, cualquiera que dependa de otros para su asistencia o para su propia existencia. Estos son los hijos amados de Dios que debemos recibir en el nombre del Señor. Jesús ilustra claramente la bendición para aquellos que lo hacen en el Evangelio de hoy: “El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado”.
La humildad, ese elemento esencial para entrar en el reino, incluye también reconocer cómo somos el niño, el que necesita acercarse a Dios con asombro y temblor, no de terror sino de asombro en su majestad. Eclesiástico revela las muchas bendiciones que les esperan a aquellos “que temen al Señor, esperen sus beneficios, su misericordia y la felicidad eterna. Miren a sus antepasados y comprenderán. ¿Quién confió en el Señor y quedó defraudado?” Por si acaso, la respuesta es ‘nadie’.
Feature Image Credit: JillWellington, pixabay.com/photos/little-girl-wildflowers-meadow-2516578/
The views and opinions expressed in the Inspiration Daily blog are solely those of the original authors and contributors. These views and opinions do not necessarily represent those of Diocesan, the Diocesan staff, or other contributors to this blog.