Jesus explains what is meant by “learn to do good” (Is 1:16) in the Gospel, saying, “Whoever loves father or mother . . . . son or daughter more than me is not worthy of me; and whoever does not take up his cross and follow after me is not worthy of me. . . . Whoever loses his life for my sake will find it” (Matt. 10:37–39). We are to do good in the sense of being just and charitable, but also in the sense of loving God without hesitation, letting no other love surpass our love for Him. We should be willing to lose our lives for His sake, recognizing that anything He asks of us is infinitely more important than our own aims.
This is critical for the life of a disciple. As God points out through Isaiah in the first reading, it is crucial for us to be good if God is to honor our sacrifices and ritual observations. If we read the first reading quickly, we may think that God does not care about sacrifice, and that His only concerns are justice and mercy. But really God is saying that He does not care how many sacrifices the Israelites make if they do not do good outside the confines of the Temple. Ritual observation is important, but it is fruitful in the context of a life of love for God. This is why later in Matthew’s Gospel Jesus speaks out against the hypocrisy of paying tithes while neglecting judgment, mercy and fidelity. (see Matt 23:23). It is not that tithing is immaterial, but it needs to be united with actions and attitudes of judgment and mercy and fidelity.
If we are to truly heed the words of God, we must not skew toward either extreme of piety. On the one hand, we cannot rely exclusively on frequent Mass attendance and liturgical devotion to carry us to heaven if we do not live a virtuous, holy life in love of God and neighbor. On the other hand, we should not focus soley on charitable works while neglecting liturgical living. Jesus teaches us to do good by loving both in heart and in deed.
Jesús explica lo que se entiende por “aprendan a hacer el bien” (Is 1,16) en el Evangelio, diciendo: “El que ama a su padre o a su madre…a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que salve su vida, la perderá y el que la pierda por mí, la salvará.” (Mateo 10,37-39). Debemos hacer el bien en el sentido de ser justos y caritativos, pero también en el sentido de amar a Dios sin vacilación, sin permitir que ningún otro amor supere nuestro amor por Él. Deberíamos estar dispuestos a perder la vida por Él, reconociendo que cualquier cosa que Él nos pida es infinitamente más importante que nuestros propios objetivos.
Esto es fundamental para la vida de un discípulo. Como Dios señala a través de Isaías en la primera lectura, es crucial que seamos buenos para que Dios honre nuestros sacrificios y observaciones rituales. Si leemos rápidamente la primera lectura, podemos pensar que a Dios no le importa el sacrificio y que sus únicas preocupaciones son la justicia y la misericordia. Pero realmente Dios está diciendo que a Él no le importa cuántos sacrificios hagan los israelitas si no hacen el bien fuera de los confines del Templo. La observación ritual es importante, pero es fructífera en el contexto de una vida de amor a Dios. Por eso, más adelante en el Evangelio de Mateo, Jesús habla contra la hipocresía de pagar el diezmo descuidando el juicio, la misericordia y la fidelidad. (ver Mateo 23:23). No es que el diezmo sea inmaterial, sino que tiene que estar unido a acciones y actitudes de juicio, misericordia y fidelidad.
Si realmente queremos prestar atención a las palabras de Dios, no debemos inclinarnos hacia ninguno de los dos extremos de la piedad. Por un lado, no podemos depender exclusivamente de la asistencia frecuente a Misa y la devoción litúrgica para llevarnos al cielo si no vivimos una vida virtuosa y santa por amor a Dios y al prójimo. Por otro lado, no debemos centrarnos únicamente en las obras de caridad y descuidar la vida litúrgica. Jesús nos enseña a hacer el bien amando tanto de corazón como de obra.
David Dashiell is a freelance author and editor in Nashville, Tennessee. He has a master’s degree in theology from Franciscan University, and is the editor of the anthology Ever Ancient, Ever New: Why Younger Generations Are Embracing Traditional Catholicism.
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