There are many situations and certain days that require me to take a moment to STOP. Seriously and mindfully, just literally stop, take a moment to breathe, open my heart (aka: close my mouth or bite my tongue) and pray. Why? Because when I don’t, I have been known to be inattentive, sarcastic, whiney, or have closed my heart to another person.
The readings today stress that a contrite heart and humble spirit are necessary to forgive our brothers and sisters in each and every instance. The Lord has forgiveness available in abundance for us. The Catechism of the Catholic Church teaches us about the Apostle’s Creed, which “…associates faith in the forgiveness of sins not only with faith in the Holy Spirit, but also with faith in the Church and in the communion of saints. It was when he gave the Holy Spirit to his apostles that the risen Christ conferred on them his own divine power to forgive sins: ‘Receive the Holy Spirit. If you forgive the sins of any, they are forgiven; if you retain the sins of any, they are retained.’”(CCC 976)
If I withhold forgiveness, which has been freely given to me, how can I refuse to forgive others? I say I am Christian, so does choosing not to forgive make me a hypocrite? Yes! I am called to forgive, as today’s Gospel points out, more than seventy seven times. I have to forgive my brothers and sisters from my heart as my gracious and merciful Lord God has done with me.
When I harden my heart because of an old hurt, injustice, or transgression, the beam in my eye, heart and mind holds me back from fully receiving the gracious mercies of Christ Jesus, my Savior. The Catechism states: “There is no one, however wicked and guilty, who may not confidently hope for forgiveness, provided his repentance is honest. Christ who died for all men desires that in his Church the gates of forgiveness should always be open to anyone who turns away from sin.” (CCC# 982)
I am the one who has to let go of my pettiness and pride. I need God’s healing grace in my actions, heart, mind and soul. Lord, grant me the will and courage to get over myself and let you forgive and heal every part of me through your infinite mercies. Amen.
Hay muchas situaciones y ciertos días que requieren que me tome un momento para PARAR. En serio y atentamente, simplemente me detengo literalmente, tomo un momento para respirar, abro mi corazón (también conocido como: cerrar la boca o morderme la lengua) y rezo. ¿Por qué? Porque cuando no lo hago, suelo ser distraída, sarcástica, quejosa o que le he cerrado el corazón a otra persona.
Las lecturas de hoy enfatizan que un corazón contrito y un espíritu humilde son necesarios para perdonar a nuestros hermanos en todos y cada uno de los casos. El Señor tiene perdón disponible en abundancia para nosotros. El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña sobre el Credo de los Apóstoles, que “…vincula la fe en el perdón de los pecados a la fe en el Espíritu Santo, pero también a la fe en la Iglesia y en la comunión de los santos. Al dar el Espíritu Santo a su Apóstoles, Cristo resucitado les confirió su propio poder divino de perdonar los pecados: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.’” (CIC 976)
Si retengo el perdón que me ha sido otorgado gratuitamente, ¿cómo puedo negarme a perdonar a los demás? Si digo que soy cristiana, ¿elegir no perdonar me convierte en una hipócrita? ¡Sí! Estoy llamada a perdonar, como señala el Evangelio de hoy, más de setenta y siete veces. Tengo que perdonar a mis hermanos de corazón, como mi bondadoso y misericordioso Señor Dios ha hecho conmigo.
Cuando endurezco mi corazón debido a una vieja herida, injusticia o transgresión, la viga en mis ojos, corazón y mente me impide recibir plenamente las generosas misericordias de Cristo Jesús, mi Salvador. El Catecismo afirma: “‘No hay nadie, tan perverso y tan culpable que, si verdaderamente está arrepentido de sus pecados, no pueda contar con la esperanza cierta de perdón’ Cristo, que ha muerto por todos los hombres, quiere que, en su Iglesia, estén siempre abiertas las puertas del perdón a cualquiera que vuelva del pecado.” (CCC# 982)
Soy yo quien tiene que dejar de lado mi mezquindad y mi orgullo. Necesito la gracia sanadora de Dios en mis acciones, corazón, mente y alma. Señor, concédeme la voluntad y el valor para superarme y dejarte perdonar y sanar cada parte de mí a través de tus infinitas misericordias. Amén.
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