“¡No quiero hacerlo! ¡No me gusta! ¡No!” dice mi hijo de tres años una y otra vez cuando le pedimos que coma bien, que vaya al baño solo, que juegue con sus hermanos sin pelear, que se ponga los zapatos y la sudadera para salir, o casi para que haga cualquier cosa. Como padres, puede ser muy frustrante, especialmente si andamos de prisa, si no hemos dormido bien o simplemente estamos de malas. Mientras pasa por esta etapa de explorar su independencia, parece que solamente obedece cuando haya alguna consecuencia y cuando es algo que realmente le gusta.
Cuando estaba leyendo la primera lectura de hoy, sonaba demasiado familiar. “¡Tengo hambre! ¡Tengo sed! ¡Esta comida esta asquerosa! (Ref Números 21:5) Dios les da comida y bebida e igual a mi hijo de tres años gritan “¡Ne me gusta!” Solamente cuando les pica la serpiente se dan cuenta de su comportamiento y se arrepientan. Todo suena tan infantil. Pero capaz es a propósito…
En cuanto los Israelitas confesaron sus pecados y le suplicaron a Dios por la misericordia, aliviaba su sufrimiento casi instantáneamente. Pero, ¿Por qué? Porque eran sus hijos, sus amados, su pueblo escogido. Y como Jesús dice en el Evangelio “El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo…” (John 8:29) también nos dice a nosotros, “Estoy contigo, no te voy a dejar solo.”
Yo me pregunto cómo puede ser que Dios no se frustra con nosotros. En el caso de las Israelitas, los estaba guiando hacia la Tierra Prometida y fuera de la vida de esclavitud y cada día les daba comida y agua, y TODAVIA se quejaban. A poco ¿no veían todo lo que estaba haciendo por ellos? En nuestro caso, nos guía hacia la vida eterna y fuera de la vida del pecado, y provee las necesidades diarias y TODAVIA nos quejamos. ¿Qué más da? ¿Qué más necesitamos para estar felices?
Mientras nuestro camino cuaresmal se va acabando poco a poco, quiero invitarles a un cambio de actitud. Sigamos el ejemplo de nuestro Señor, y busquemos no lo que nos hace feliz, sino busquemos siempre hacer los que al Padre le agrada. (ref Juan 21:30)